Rita levantó el posabrazo que establecía una mínima frontera entre los dos asientos y arrimó su cuerpo al de Claudio. Con la otra mano le tomó la barbilla y acercó su cara. Entonces lo besó en la comisura de los labios. Era su contraseña. Después lo besó largamente en la boca. A esa altura, a Claudio ya le resultaba insoportable su erección, un reflejo físico que por otra parte no deseaba. Pero el cuerpo tiene sus propias leyes.
Entonces, por el servicio de radiofonía, se oyó la voz del comandante: "Les habla el comandante Iginio Mendoza. Bienvenidos al vuelo especial 9131 de Aleph Airlines. Informamos a los señores pasajeros que dentro de 3 horas y 10 minutos tomaremos tierra en el aeropuerto de Mictlán. En el transcurso de este vuelo les será servido un refrigerio".
Claudio escuchó aquel mensaje y se le acabó la erección. Apartó con un ademán brusco la mano itinerante de Rita, separó "su boca fuerte de aquella boca débil", y preguntó en voz alta: "¿Qué aeropuerto dijo?". Rita se acomodó el pelo y sonrió levemente antes de responder: "Mictlán". "¿No íbamos a Quito?" "Íbamos, sí. Ahora vamos a Mictlán."
Él se puso tenso. "¿Y eso dónde queda? ¿En qué país?" La otra mano de Rita, la que ahora reposaba en su brazo, se volvió insoportablemente fría: "Ya lo verás, Claudio, ya lo verás".
Mario Benedetti, La borra del café, 1992.