Felipito, el hijo del señor Cateura, estaba observando desde la azotea de la casa el paso del satélite artificial. El señor Cateura, en cuanto llegó, buscó a su hijo por toda la casa y cuando lo encontró le pegó un furibundo puntapié en la nuca.
—¡Monstruo! ¡Canalla! ¡Miserable! —gritó el hombre, echando espuma por la boca mientras retorcía el cuello de Felipito—. ¿Conque espiando las piernas de las vecinas?
—No, papá —se apresuró a decir el niño—. No espiaba a las vecinas. Estaba esperando que pase el satélite artificial.
—¡Excusas! ¡Puras excusas para no estudiar! —chilló el señor Cateura, al mismo tiempo que mordía con furia una de las orejas de Felipito—. ¿Te creés que mirando al cielo como un papamoscas vas a disolver la Convencional? ¿Te creés que mirando el satélite vas a conseguir que caiga el decadente gobierno vasco? ¿Te creés que mirando las piernas de la vecina vas a conseguir una huelga general? ¡No, demonio! Porque una huelga general sólo la conseguirás estudiando latín, porque el latín, bruto, te enseñará a ser un buen depuestista y te enseñará a ser el mejor carnicero del barrio, como soy yo.
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—Pero ya estudié latín, papá —se animó a opinar Felipito—. Ahora estaba esperando que pasara el satélite.
—¡Qué satélite ni satélite, bestia! —rugió el señor Cateura mientras arrastraba al niño de los pelos por toda la azotea. Lo que tú hacías era espiar a las señoritas de enfrente. ¿Te parece bien, imbécil, que mientras tu padre gasta montones de dinero en libros de latín, tú te pasas espiando a las vecinas? ¿Te parece bien, depravado, que mientras yo me sacrifico todo el día en la carnicería, tú te pasas mirando las piernas de todas las señoritas del barrio? ¡No, canalla! ¡Pundonor y decencia! ¡Rectitud y moral! ¡Austeridad y continencia! Eso es lo que necesitas, monstruo repugnante.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Jezabel, la señora de Cateura, que entraba en ese momento.
—Que al degenerado de tu hijo le da por espiar a las señoritas de enfrente en vez de estudiar latín —explicó Cateura, al mismo tiempo que le daba a Felipito un feroz rodillazo en la campanilla.
—¡Castígalo por bruto! —gritó Jezabel— ¡Así aprenderá que con lo único que podrá ser un buen carnicero es con el estudio del latín!
Y el señor Cateura, luego de golpear otra vez a su hijo, se encerró en su dormitorio y se puso a leer ávidamente el libro "La Hembra".